Desde la fe

Buen pastor frente a la desorientación y división

(Tiempo de lectura: 3 - 6 minutos)

El evangelio de este domingo (san Marcos 6,30-34) y las lecturas que lo acompañan nos brindan la oportunidad de meditar sobre Jesucristo como “Buen Pastor”, aunque sea un título propio del IV Domingo de Pascua. El regreso de los apóstoles, que Jesús había enviado a predicar de dos en dos para prepararle en terreno, es ocasión de que el Señor se dé cuenta de que la gente andaba “como ovejas sin pastor” y vea las dos grandes necesidades de su pueblo que anda desorientado y dividido. Al fin y al cabo, hoy tampoco estamos lejos de esa situación.

“Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma”.

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En la primera lectura de este domingo (Jeremías 23,1-6) se llama ‘pastores’ a los reyes del pueblo judío. En aquella época y en Oriente medio era típico este título aplicado a los gobernantes. Pero el profeta arremete contra ellos porque han sido malos pastores. En vez de unir al pueblo han alimentado su propio poder y el pueblo se ve ahora abandonado. Frente a ellos, Dios promete ponerse al frente de su pueblo, congregarle y darle una palabra de aliento.

Esto último es clave. Cuando Jesús en el evangelio ve que el pueblo está como ovejas sin pastor, se pone a enseñarles. Esta vez, no hace un milagro, no cura a un enfermo o multiplica los panes. No se pone a remediar sus necesidades urgentes, sino que afronta la necesidad radical: el hombre necesita la palabra de Dios. "Está escrito: 'No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios’" (San Mateo, 4, 3-4). El tema es de actualidad, porque hoy también el ser humano necesita esta palabra para salir de la desorientación y salvarse.

Si orientar una cosa es situarla en medio de los puntos cardinales, hoy hemos perdido el Norte o hemos sustituido el Norte por otros puntos de referencia de corto recorrido. El caso es que el ser humano no alcanza a formular todo lo que es y, cuanto menos resuena la palabra de Dios hoy, más ciegos están los seres humanos para reconocer su verdadera dignidad, su lugar en el mundo.

Hagamos un pequeño excursus. La dignidad del hombre es hoy la clave de todas las cuestiones, desde el materialismo que nos afecta y la crisis de valores y virtudes hasta las actitudes decididamente inhumanas contra los más débiles. Y esto no sólo en la práctica -como siempre-, sino en la misma teoría, en las proclamas, proyectos y reflexiones sobre el hombre. Sordos ante la palabra de Dios, vivimos en una sociedad que ha acallado todos los debates importantes sobre la dignidad de la familia, el trabajo, los pobres y el valor de la vida misma de la manera más autoritaria posible. Así habitamos un mundo desorientado que confunde dignidad con una libertad reducida a hacer lo que me da la gana.

Si la medida de la dignidad de hombre es una libertad que ve a los otros no como una posibilidad sino como un mero recorte de la autonomía (“mi libertad termina donde comienza la de los demás”*), la convivencia se convierte en un cálculo de intereses y de conveniencias, no es verdadera comunión. Y aquí viene segundo problema que enfrenta el Buen Pastor: la división.

“Ahora, por la sangre de Cristo, estáis cerca los que antes estabais lejos. Él es nuestra paz: el que de los dos pueblos ha hecho uno, derribando en su cuerpo de carne el muro que los separaba: la enemistad”.

De la desorientación podemos pasar a la división, reteniendo además que están relacionadas. Tanto en la primera lectura como en la segunda (Efesios 2,13-18), se insiste en que el Dios que es pastor de su pueblo reunirá a sus ovejas, vencerá la división. Y lo hará no sólo hablando, sino hablando con su cuerpo: “derribando en su cuerpo de carne el muro que los separaba". Dará la vida para tender un puente para salvar las tres fracturas: entre el hombre y Dios, entre el hombre consigo mismo y entre los hombres y sus hermanos, los otros hombres.

San Pablo dice que Jesús con su cruz ha derribado el muro que separaba a judíos y paganos. Algunos judíos, olvidando los textos universalistas del Antiguo Testamento, creían que por tener la ley no sólo tenían una vocación especial, sino que eran el único pueblo de Dios. Todo lo demás estaba perdido. Dividían así el mundo radicalmente, sin ser capaces de reconocer sus propios pecados. Pero ¿acaso nosotros no dividimos el mundo, creamos muros y mantenemos enfrentamientos? Es preciso reconocer que, en nuestras sociedades tan plurales y tan libres -y también en la Iglesia- hay división y dicotomías. Y que quienes más hablan precisamente de pluralismo menos lo soportan.whatsapp image 2021 07 19 at 01.26.37 1

El Buen Pastor ha trazado un puente y trabaja por la unión. Y ¿cómo lo hace? La segunda lectura alude a la cruz claramente y, por lo tanto, no al poder, el rencor o la revancha, sino a la impotencia, el perdón y el sacrificio de sí. Es algo que ya profetizaba en el Antiguo Testamento el salmo 22, el salmo del Buen Pastor: “Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa”. La plenitud no está en el dominio del otro, en ganarle la partida, sino en conseguir sentarse frente a él.

Jesús, el Buen Pastor, que sale al frente de la desorientación del rebaño y de su división, había dicho en una ocasión a sus apóstoles: “Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor” (san Mateo 20, 25-26).

* Recordemos que este aserto tan repetido hoy en día sobre la libertad está emparentado con la afirmación de Jean-Paul Sartre “el infierno son los otros”. Se ve al otro como un límite y no como una posibilidad. Es la antesala de verlo como un enemigo. 

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